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Cerca de vosotros (Obispo Salvador)
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Fecha publicación: 
Dom, 07/17/2016

Llegamos al final de la serie de comentarios sobre las distintas obras de misericordia. Cada una de las glosas explicaba el contenido de dos obras, una corporal y otra espiritual. Seguramente ha sido una serie muy larga pero hemos querido cumplir con la orientación del papa Francisco en este Año Jubilar de la Misericordia para recordar e invitar a todos a practicar las obras como un buen camino de perfección. Ha sido un comentario breve que quería llegar al corazón de todos.
La séptima obra corporal lleva el título de ENTERRAR A LOS MUERTOS. Las últimas palabras de un largo poema que jugaba con contrarios eran “Al final de la muerte, no hay muerte, sino vida eterna”. Ésta es la profunda convicción de los cristianos que reciben de los dichos de Jesús de Nazaret: la esperanza en la gloria, la muerte no es el final de todo, la resurrección de la carne siguiendo los pasos del Resucitado. Es uno de los elementos básicos de la cosmovisión cristiana que siempre hemos enseñado y creído. Ya decía san Pablo que si Cristo no hubiera resucitado, nuestra fe carecería de sentido.
Por otra parte la valoración de los momentos previos a la muerte ha sido distintas con el paso de los años. El hombre de hoy muere en un clima de desacralización y de pérdida de evidencias religiosas: eso no puede sino instaurar un proceso de empobrecimiento para la sociedad misma, la cual, al apartar la muerte del horizonte vital, junto con su ritualidad, corre el peligro de perder también la piedad y la compasión como valores que hay que poner en el centro de una civil convivencia. Son palabras de un profundo conocedor del tema, J. García Herrero, capellán de un gran tanatorio de Madrid.
Ante este tema tan importante, dos referencias del Antiguo Testamento, una del libro de la Sabiduría: “Porque Dios no ha hecho la muerte, ni se complace destruyendo a los vivos” (1,13) o el testimonio relevante de esta práctica de enterrar a los muertos que ofrece el libro de Tobías. También referencias del Nuevo Testamento, como por ejemplo “El que crea en mí, jamás morirá (Jn 11,26) o presentando la vida eterna como entrada en la casa del Padre (Jn 14 1-4) o como participación en su propio gozo (Mt 25, 21-23). Aunque os debería recordar que encontraréis una incontable cantidad de citas que explican y fundamentan el significado de esta radical realidad.
En la actualidad os podría aconsejar que la práctica de esta obra se realizara también en el acompañamiento a la familia que sufre por la pérdida de un ser querido. Hemos de desarrollar en nuestra vida todo aquello que nos acerca y que nos acoge, que expresa compasión y que acompaña. Y también ROGAR A DIOS POR LOS VIVOS Y DIFUNTOS, que es lo más importante y está relacionada la anterior con esta séptima obra espiritual de misericordia.
La oración es un impulso del corazón, una mirada dirigida a Quien sabemos que ama a todas sus criaturas. La oración es estar en comunión con el Señor y con todos aquellos por quienes pedimos, sean vivos o difuntos. Muchas oraciones encontraréis en la Biblia pronunciadas por los creyentes que allí aparecen. La definitiva es la de Jesucristo; aprended siempre de su actitud orante. De Él recibimos la gran lección de la conversación amiga con el Padre que le escucha siempre aceptando sus súplicas. Incluso en los momentos más dramáticos de su existencia. Nunca se cansa de rezar. Es la gran lección dirigida al corazón y que debemos poner constantemente en práctica.

      +Salvador Giménez, obispo de Lleida.