Mn. Gerard Soler, delegado diocesano de Liturgia y Espiritualidad, dedica su colaboración semanal a hablarnos de la Epifanía del Señor.

LA EPIFANÍA DEL SEÑOR

Si Navidad es un misterio de la intimidad, la Epifanía es un toque de trompetas. Un anuncio. El Hijo que nos ha sido dado, de hecho, está llamado a ser luz para todos los pueblos de la tierra. La Epifanía es una de las grandes solemnidades de la Iglesia, resplandeciente de la luz pascual.¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra, y la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti”.

La lectura de Isaías es casi una exaltación de la gloria del Señor que amanece sobre la ciudad santa de Jerusalén. El profeta dice a la Iglesia: “Levanta la vista en torno a ti, mira: todos ésos se han reunido, vienen a ti: tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos”. Es el misterio de la Iglesia que hoy, radiante de gozo se sabe lugar de encuentro y de la unión de toda la humanidad en Cristo.

La Iglesia es y será por todas partes el sacramento fiel a la Navidad del Señor, del Hijo predilecto del Padre, en sus hijos dispersos por el mundo, que guiados por la estrella de la fe se levantan, se ponen en camino, en un inmenso peregrinaje, para contemplar un día la hermosura infinita de su gloria (Colecta) y durante este inmensa peregrinación se manifiestan como heraldos del Señor de la Gloria. Este es su mensaje: Dios se ha hecho hombre para que el hombre llegue a ser hijo de Dios. Es por eso que la Epifanía es realmente una jornada misionera, un inicio de la evangelización,  que por naturaleza siempre es nueva.

 

Mn. Rafael Serra

(Calendario-Directorio del Año litúrgico 2016)