Es difícil y, a la vez, fácil de explicarlo. Difícil, porque son muchas y profundas las experiencias vividas en cada uno de los lugares "santos". Pero fácil, porque todos los peregrinos estábamos, Gracias a Dios, familiarizados con los eventos que cada lugar nos recordaba. Lo haremos tal y como nos salga.

Los peregrinos

Éramos 54, el máximo que los autocares de Israel permiten. Es por ello que una decena de personas se quedaron con deseos de ir. Ya no cabían. Muchos pueblos estaban representados: el Pont de Suert, Vilaller y comarcas, Llardecans, Sudanell, Alguaire, Torrefarrera, Puig-gros, les Borges Blanques, varias parroquias de Lleida, Bordeta, Carmen, etc.

También había peregrinos de la diócesis de Urgell: Balaguer, la Pobla de Segur, e, incluso, de Zaidín, de la diócesis de Barbastro, y no podemos olvidar dos hermanas, de Barcelona.La convivencia fue muy agradable. En realidad, nos unía un interés común, arraigado en una misma fe. Cada mañana, al subir al autocar para reanudar las actividades y visitas del día, empezábamos con unos momentos de oración: un salmo o cánticos bíblicos, que nos tonificaban y daban sentido a la jornada.

Salimos de Lleida el martes, día 17 de abril. Hemos vuelto el martes 24. El Sr. Obispo de Lleida, Mons. Joan Piris, que, por su agenda complicada, no pudo participar en la peregrinación, quiso darnos el pistoletazo de salida, presidiendo la primera celebración eucarística, en la parroquia del Carmen, a las 9:15 de la mañana del primer día.

Las celebraciones de la Eucaristía

Fue el capítulo más emocionante de la peregrinación. Pudimos celebrarla en los lugares más significativos. En la iglesia Stella Maris de la Montaña del Carmelo (recordando la lucha del profeta Elías y los profetas de Baal), en el Monte de las Bienaventuranzas, teniendo bajo nuestra mirada el mismo mar de Galilea que Jesús contemplaba cuando proclamaba "Dichosos los pobres, los misericordiosos, los limpios de corazón, los perseguidos ... "; la Montaña del Tabor, en la Basílica de la Transfiguración, la capilla del Campo de los Pastores, en Belén, junto a las abundantes cuevas que se encuentran; en el Huerto de Getsemaní, al aire libre, junto a los olivos milenarios, empapados quizás con la sangre que salió de las venas de nuestro Redentor...; la agenda del último día nos obligó a una celebración en el mismo hotel, después de cenar. También fue entrañable como despedida.

Las visitas a los lugares santos

Además de los lugares indicados donde celebramos la Eucaristía, fueron muchos los momentos emocionantes e inolvidables de la peregrinación: Cafarnaún, con las ruinas de la sinagoga y de la casa de san Pedro. Cafarnaún debía conocerlo Jesús palmo a palmo; fue muchos días su lugar de residencia al salir de Nazaret. Entrañable el paseo y meditación, oración y cantos por el lago de Genesaret, recordando la pesca milagrosa, la tempestad calmada, el caminar sobre las aguas... Y, junto al lago, la capillita del Primado que nos recuerda el desayuno que Jesús había preparado a sus apóstoles y cuando Jesús confirmó a Pedro el primado sobre la Iglesia, después de hacerle confesar por tres veces su amor.

Nazaret, con la Basílica de san José y la de la Anunciación, recordando el momento más decisivo de la historia, la encarnación del Verbo en las entrañas de María. Caná de Galilea: fue emocionante cuando, en la iglesia de Caná, nueve matrimonios "completos" renovaron las promesas de su matrimonio; también los viudos y viudas recordaron a su esposa o marido ya difuntos ​​y rezaron por ellos; y otros recordaron a su pareja que no había podido ir a la peregrinación. El río Jordán, con el recuerdo del Bautista, y la renovación de las promesas del Bautismo por parte de todos los peregrinos. Momento intenso para todos... y comprometedor.

En Belén, al visitar la Basílica de la Natividad, fueron dos horas largas de espera en una fila compacta para poder entrar al lugar, señalado por una estrella, que recuerda el nacimiento de Jesús. Ain Karen, el lugar del nacimiento de Juan Bautista, del Magníficat y Benedictus. Ambos cánticos los encontraremos en muchas lenguas, incluido siempre el catalán.

Jerusalén fue capítulo aparte. También nosotros seguimos la "subida de Jesús a Jerusalén", como él mismo decía, para ser crucificado y resucitar. Solemne la vista primera de la ciudad desde el monte Scopus, con el canto "¡Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor; ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén". Alegría y... tristeza, al recordar las palabras que Jesús pronunció desde aquel lugar, mirando la ciudad: "Jerusalén, Jerusalén, cuántas veces hubiera querido reunir a tus hijos como la gallina los reúne bajo las alas, y tú no has querido...” Celebramos la vista de Jerusalén con una oración y una copita de vino.

Jerusalén habla toda ella, todos los edificios o ruinas, todas las calles. El cenáculo (allí renovaron su consagración sacerdotal los 4 sacerdotes que acompañaban la peregrinación), la Tumba del Rey David, la iglesia de la Dormición de la Virgen, la Vía dolorosa que recorrimos haciendo el ejercicio del Vía Crucis, hasta la Basílica del Santo Sepulcro (con la espera también para llegar al lugar que nos recuerda la sepultura de Jesús y su resurrección).

Todo lo pudimos vivir con emoción, con intensidad, con gozo. Todo era entrañable. Cabe decir también que todo fue oportunamente y muy bien explicado por nuestro guía judío, Jorge, que se hizo querer y valorar mucho por todos los peregrinos.

Habría que recordar también

La visita a Jericó, recordando al ciego Bartimeo y el publicano Zaqueo, subiendo al sicómoro para verle. La visita a la fortaleza Masada, recordando la construcción de Herodes el Grande, junto al mar Muerto, y posteriormente el trágico final de la resistencia judía hacia Roma. Qumram, la historia de los esenios, el hallazgo de los manuscritos, fue una visita muy agradecida por parte de todos. La marcha en autocar, naturalmente, por el desierto de Judea, recordando la parábola del Buen Samaritano, los beduinos actuales del desierto y su manera de vivir. El Muro de las Lamentaciones, donde judíos y otros recuerdan la destrucción del Templo con un espíritu de profunda religiosidad, y tantas otras visitas como estos días hemos podido hacer y disfrutar.

Otros aspectos en torno al peregrinaje

Por las calles, hoteles y basílicas hemos convivido durante estos ocho días con otras religiones y culturas: árabes, judíos, indonesios, japoneses, etíopes, senegaleses, filipinos... Es también un enriquecimiento; algunos de ellos, católicos como nosotros nos han hecho pensar en la universalidad de la Iglesia, otros, ortodoxos, evangélicos e incluso los musulmanes, nos han hecho pensar en la necesidad urgente de cultivar en nosotros el espíritu ecuménico. Para todos ha muerto y resucitado el Redentor.

Como es natural, también hubo tiempo para pasear con distensión, para contar chistes -algunos tienen la mano rota-, para bañarse en el mar Muerto, para cantar.

Leemos ahora unas reflexiones del Padre Casildo que nos ha acompañado en esta peregrinación con un buen número de feligreses suyos:

 Esta peregrinación nos ha servido para fortalecer principalmente nuestra fe en nuestro Señor Jesucristo, porque al estar en lugares donde Él vivió su ministerio público, nos ayudó a revivir lo que leemos en los evangelios; otro fruto de este encuentro fue la de fortalecer la vida comunitaria con hermanos de otras parroquias, porque nos sentimos como en una misma familia, así vivimos el ejemplo de la primera comunidad cristiana que encontramos en los hechos de los Apóstoles; así que fue maravilloso venir a estas tierras santas; ahora nos corresponde compartir lo vivido en la faena de cada día y contagiar a los demás para que se animen a visitar la tierra de nuestro Salvador.