Mn. Gerard Soler, delegado diocesano de Liturgia y Espiritualidad, dedica su colaboración semanal a hablarnos otra vez de la escucha atenta del Señor.

LA ESCUCHA ATENTA DEL SEÑOR

Los domingos del Tiempo Ordinario deberían ser motivo para profundizar en la Liturgia  de la Iglesia y como decía San Juan Pablo II: «Terminada ya la reforma litúrgica, ha llegado el momento de dar primacía a la profundización cada vez más intensa en la Liturgia» (JUAN PABLO II, Vicessimus quintus, 14).

La comunidad eclesial debe saber realmente lo que hace cuando celebra los Sagrados Misterios. Sabe en primer lugar que se reúne en obediencia a la Palabra del Señor y cada Eucaristía es una manifestación del Señor de la gloria y humildemente acoge su presencia.

Presidida por aquel que por el ministerio del orden se ha identificado con Cristo de tal manera que puede desear la paz del Señor Resucitado y luego, como en la Sinagoga de Nazaret, todos los ojos están puestos en el Señor que proclama la Palabra.

Y abrimos el Libro de la Vida y escuchamos la Palabra del Señor. La  escuchamos como una palabra dicha para nosotros, como relatos abiertos que nos incluyen. El cristiano conoce, ama y vive tanto la Palabra del Señor que él mismo debe formar parte del paisaje y del paraje del santo Evangelio. No es sin sentido que nos ponemos de pie para escuchar el Evangelio y cantamos el aleluya para significar que lo que vamos a escuchar es la Palabra del Señor viviente.

San Gregorio escribía que la Palabra de Dios es glorificada cuando ésta es predicada, y orada, y sobre todo cuando la Palabra de Dios es vivida y germina en el corazón.

El don inestimable de la Palabra divina, las riquezas inagotables que esconde, la necesidad que de ella tiene el hombre como luz de su camino y alimento de la vida espiritual, la dificultad que su inteligencia limitada encuentra frente a la sabiduría infinita que habla en esas páginas, hacen necesario el esfuerzo sincero, el empeño generoso en el estudio y en la meditación de las mismas. Es entonces que la experiencia del predicador es gratificante, si su predicación no busca el protagonismo, si realmente adquiere el tono del buen pastor que enseña pacientemente los Misterios del Reino, consciente de la limitación de su palabra y de del don de Dios que es el único que puede hacer germinar la Palabra, que es el mismo Cristo en nosotros.

Una comunidad simplemente orante y gozosa de abrir el Libro de la Escritura. El Espíritu sopla siempre cuando se leen las Escrituras, y es Él que permite que las palabras de la predicación sean vivas y los significados de la Escritura adquieran un relieve infinito, siempre nuevo, como un relieve infinito de montañas, hacia un horizonte abierto siempre. Esto implica que los lectores deben ejercer el ministerio con unción y preparación! Y que la predicación debe ser preparada y debe nacer de la oración ardiente y de la contemplación de la Palabra. Esto nos dice que la Liturgia  de la Palabra debe ser realizada con el máximo respeto. Durante esta Liturgia nada debe distraer. Sólo hay el canto gozoso del Salmo y la atención pura. Durante la celebración de la Palabra debemos permanecer a los pies de Jesús, como María escuchándole, y sabiendo que las palabras que escuchamos son nuestra vida y para la Vida.

Mn. Rafael Serra

(Calendario-Directorio del Año litúrgico 2016)